LA CASTAÑERA.
Desde que recuerdo, al llegar el frío se instalaba ahí, sentada en su silla de mimbre, la torerita sobre los hombros y un pañuelo anudado en su cabeza, removiendo con una pala en su brasero de carbón y ventilando con un abanico de esparto para mantener viva la brasa para las castañas que lentamente asaba (y que te envolía en un cucurucho de papel de periódico).
Hacía frío... y se agradecía tanto más el llevar el cucurucho calentándote las manos como el comer las castañas.
Hacía frío...
Hoy, 30 de octubre de 2025, 11:00 de la mañana: ¿frío...?. Estoy escribiendo esto en manga corta en la terraza de casa, con el termómetro marcando 22 grados. En el ambiente ni el más mínimo olor a castaña asada... ¿quién va a ir a por un cucurucho de castañas asadas, calientes, a 22 grados de temperatura?.
Todo y con la fuerza avasalladora con que nos llegan y se implantan en nuestros hábitos, en nuestras costumbres, los modismos yankees...
... no, no ha sido Halloween quien ha exterminado a las castañeras: ha sido el cambio climático.
Aunque, de todos modos, se agradecería el que en algún rincón de estos escaparates repletos de calabazas, telas de araña y demás parafernalia halloweenera, se reservara un generoso espacio para nuestra castañera. No se trata de hacer provincianismo; se trata de mantener viva una tradición yo diría que ancestral.

(la imagen del inicio es de la portada del cuento troquelado "Mariuca la castañera", ilustrado por el gran FERRANDIZ)
 
