Emotivo relato de la liebre de las 2 horas, la liebre más lenta de la @Behobia/SS.
Ni le quito ni le añado ni una coma:
CUANDO LA LIEBRE DE LAS DOS HORAS ENTRA EN EL KILÓMETRO
DIECINUEVE.
🖊️ Un relato de Albert Vázquez
Soy una liebre. La liebre de las dos
horas. La liebre más lenta en una carrera de corredores muy lentos. Soy el
hombre de los sentimientos a flor de piel, el que te los va a extraer con cada
gota de sudor, con cada jadeo, con cada zancada. Soy la liebre de los que
corren despacio y sienten intensamente. Y cuando llega el kilómetro diecinueve,
cuando ya no quedan sino mil metros para la meta, hago que explotes. Porque
nada se parece a ti. Nadie es igual a las decenas y decenas de personas que he
traído desde Behobia hasta San Sebastián. Ahora te tengo en la curva de Sagüés;
la hemos superado, olemos a mar y a salitre y sabemos que ya estamos.
Pero no estamos. No, por suerte. La
larguísima recta hasta la meta del Boulevard tiene mil metros exactos y es aquí
donde van a aflorar unos sentimientos y unas sensaciones que jamás habías
experimentado. No es broma, no exagero, no hablo por hablar. Sé qué va a pasar.
Va a suceder exactamente esto.
Escucha.
Conoces cosas acerca de los
sentimientos. Vienen con nosotros, desde que nacemos. Amamos, odiamos,
deseamos. Bien, pues nada de eso sirve ahora. No, porque la emoción que se está
apoderando de ti no se parece a nada de lo que hayas experimentado antes. No es
dolor, aunque duele. No es felicidad, aunque por Dios que romperías a gritar.
No se trata de euforia porque a los corredores lentos como tú y como yo jamás
se nos va la cabeza. Sin embargo, lo que sentimos se parece a las tres
emociones al mismo tiempo. Dolor, felicidad y euforia que no son ni lo uno ni
lo otro.
Deberíamos buscar un nombre nuevo para
definirlo. Si eres creyente, esto es el Cielo, que no te quepa duda: un estado
de placidez más o menos consciente en el que flotas de la más extraña de las
maneras. Ves -porque no dejas de ver- aunque no acabas de distinguir demasiado
bien a nada ni a nadie. Hueles, porque la Behobia está llena de olores, aunque
¿a qué? Y sientes.
Sientes de una forma tan intensa que
una vez que cruces la meta y recuperes el aliento, identificarás a esta emoción
como algo tan único e inigualable que no querrás hacer otra cosa que volver a
sentirla, volver a sufrirla, volver a disfrutarla. Querrás, en suma, llegar a
ese kilómetro diecinueve de la Behobia, ese en el que yo, la liebre, te
advierto de que estamos a punto, de que no nos falta nada, de que lo hemos
conseguido. De que tienes mil metros y seis minutos para ser el hombre o la
mujer más radiante sobre la faz del planeta.
Mi suerte, mi auténtica y grandiosa
suerte, es que voy a estar a tu lado para observarte. En realidad, tú ni te vas
a dar cuenta. Bastante tienes con lo tuyo. A ti, se te acumula la vida, se te
comprime tanto y en tan poco espacio que, a mí, a la liebre, a la persona que
te ha traído hasta este punto exacto, ya no la miras, no la sientes, no la
necesitas. Y está bien que sea así, pues, de alguna forma, vosotros sois mis
polluelos y en el kilómetro diecinueve echáis a volar por cuenta propia.
Dependíais de mí hasta la curva de Sagüés, pero, una vez superada, me evaporo.
Y lo hago porque sé que esto es
demasiado íntimo para que lo compartamos. A fin de cuentas, tú eres una
hormiguita que acaba de escalar una montaña. Ni siquiera te lo crees. De hecho,
es en este instante cuando comienzas a hacerlo. ¡Lo voy a lograr! ¡Voy a
terminar la Behobia! Es aquí cuando se apodera de ti un orgullo infinito.
Porque, ¿sabes?, la mayor parte de las cosas de las que nos sentimos orgullosos
no han requerido demasiado esfuerzo por nuestra parte. Piénsalo. Sin embargo,
esto sí, esto te pertenece a ti desde el principio hasta el final. Tú has dado
cada paso desde la salida de la carrera hasta la meta. De ahí que el orgullo se
desparrame en tu pecho.
Te cuento un secreto: somos los
corredores más lentos de la carrera y algunos de los que ya la han terminado
cuando nosotros aún aguardábamos nuestro turno en la salida de Behobia, no nos
miran con ojos del todo amables. Consideran que somos corredores de, digamos,
segunda fila.
Pero no es cierto. Te lo dice tu
liebre, y tu liebre no te ha mentido en toda la carrera; de manera que, ¿por
qué habría de hacerlo ahora? Estoy absolutamente seguro de que el orgullo que
tú sientes completando el recorrido en dos horas es mayor que el que siente
alguien que lo ha hecho en una hora y veinte minutos. ¿Por qué? Porque,
habiendo sufrido unos y otros más o menos lo mismo, en ti hay una inocencia que
en los de delante ya no se percibe. Lo cual no deja de ser extraño, ya que en
la Behobia la inmensísima mayoría de participantes lo somos del montón, muy del
montón. Y, siendo así, a mí, que te he visto sufrir, que te he recordado varias
veces que bebas agua, que te he animado cuando la carretera se empinaba y te
las veías y te las deseabas para seguir mi ritmo, me da por pensar que tú
resumes, más que nadie, la esencia de esta carrera.
Por ello, ya sobre el puente que cruza
el Urumea y a punto de enfilar la recta del Boulevard, puedes explotar de
júbilo. La carrera lleva varias horas en marcha, pero la organización las
utiliza para calentar al público y poner a punto el asfalto. El auténtico
protagonista de esta prueba, la única persona que importa, el corredor para el
que cada detalle ha sido pensado, eres tú.
Cruza la meta, levanta las manos hacia
el cielo y siente la pasión como jamás la habías sentido. Ha sido un placer
correr contigo.