El domingo no corrí la “maratón” de El Corte Inglés; pero como la salida era muy cerca de casa (desde que el año pasado cambiaron el histórico recorrido) me acerqué a animar a amigos, conocidos y saludados…
No me preguntéis porqué pero iPad en mano me dio por ponerme, poco antes de la salida, en el mismo centro del interior del circuito, apostado -para tener una mejor visión- en los escalones de subida a la mini-tarima-escenario en el que un grupo (Tributo a Cold Play) iba a animar a las oleadas de corredores que se ponían en marcha avanzando hacia nosotros, uno a uno, desde los distintos cajones.
Y es en ese momento cuando se produce el efecto “Moises separando las aguas” y es un efecto espectacular. Porque….
Los corredores avanzaban en horizontal hacia nosotros, de lado a lado de las vallas; se iban acercando, acercando, y a medida que iban llegando tenían que sortear el obstáculo que representábamos nosotros, plantados ahí en medio. Y, claro, a media que se acercaban se iban abriendo, abriendo, separánose a un lado y al otro, cual las aguas del Mar Rojo para dejar avanzar a Moisés y los suyos.
La primera vez que me sucedió algo así fue en una Cursa de La Mercé, en la primera Mercé que corría con Egoismo Positivo, en un tramo de Gran Vía en el que yo llevaba al entonces pequeño Dorian. Los corredores que llevábamos delante no eran conscientes de que, por detrás suyo, venían las sillas de rueda que podían golpearles los tobillos y hacerlos caer. Además (y no entraré ahora en el debate sobre si correr con música o no correr con música) el llevar los auriculares puestos tampoco ayudaba a que pudieran escuchara nuestro habitual jolglorio llegando hacia ellos. Así que lo que hice fue empezar a gritar:
- “Paso, paso… Silla, silla, cuidado que viene silla…"
Y el efecto era inmediato: la masa de corredores que llevabábamos delante se iba abriendo, separando (como cuando vas abriendo la cremellera de un vestido) dejándonos una especie de cuña como para pasar entre ellos… como las aguas del Mar Rojo.