Su estilo de danza era radical, novedoso, fresco y, precisamente por su
descarada naturalidad, se convirtió en uno de los iconos del siglo XX.
Sí, tuvo
que aguantar críticas destructivas, abucheos y hasta insultos, pero marcó toda
una época y, si a los mojigatos amantes de la tradición más pura, aquellos
bailes cargados de sensualidad y energía les parecían más propios de un demonio
que de una jovencita, no tardaron en encontrar en la vida personal de la
estrella un nuevo campo de batalla para forjar sus ataques. Isadora Duncan era así en
todos los aspectos de su vida, imprevisible, libre y alejada de los
convencionalismos
El 14 de septiembre de 1927, Isadora, la diosa del ritmo moderno, vestía
con su habitual lujo. Dando dos vueltas a su cuello, llevaba un largo echarpe
de seda que se agitaba libremente al aire de la marcha del coche. No hubo grito alguno,
todo sucedió en apenas un instante. La pieza de seda, ondeando alegremente,
topó por casualidad con los radios metálicos de la rueda trasera del vehículo,
trabándose con ellos. El efecto fue inmediato, el echarpe se tensó y estranguló
violentamente el cuello de Isadora, que se fracturó sin remedio. Y así, de
forma tan absurda, entró en el campo de los mitos modernos una de las
transgresoras más deliciosas del siglo pasado.
No nos ha pasado nada.
Hoy, por suerte, Marta no llevaba el foulard alrededor de su cuello; estilosa
que es ella, lo llevaba anudado como complemento a su bolso.
Hoy no íbamos en coche; íbamos en moto.
Pero el largo y caprichoso foulard ha como querido rememorar por un instante el pasado
trágico de Isadora Duncan... y se ha enredado entre el disco y la pastilla de
freno de la rueda posterior de mi moto.
Por suerte íbamos por ciudad, despaaaacio, cuando la rueda se ha trabado en
marcha, justo al girar por una boca calle; aún no sé cómo, he logrado el no caernos y parar. Cómo sería
lo a punto que hemos estado de irnos por los suelos, que a Marta le ha costado
bajar de la moto porque, al llevar el bolso cruzado, el foulard estaba tensado desde
el bolso a la rueda. Ha sido entonces cuando hemos comprendido qué es lo que
había provocado la trabada de la rueda que casi nos lleva a los dos por los
suelos.
Pasado el susto… ¡lo que me ha costado sacar al joío foulard de donde caprichosa
y peligrosamente se había metido!