03 enero 2000

EXTENSIÓN FINISTERRE - SANTIAGO de COMPOSTELA (Capítulo I)

Para ser justos, debo separar la "extensión Finisterre-Santiago" del relato de mi Camino Portugués por la Costa; no hay conexión directa posible desde el portugués para ir a Finisterre sino que hay que pasar antes por Santiago. Y aquí se acaba el Camino Portugués. Punto.

Además, las peculiares circunstancias que viví en esta improvisada "extensión" no tienen nada que ver con lo "sosito" del recorrido portugués 

Hay que recordar, además, que yo soy de los de la cuerda de que El Camino Francés debería terminar en Finisterre, que es hasta donde llegó el Apóstol. Y en su momento, yo me detuve en Santiago sin prolongar hasta "el fin del mundo".  era una espinita que se me quedó clavada.

Así pues, desintegro del relato del Camino a Santiago portugués por la costa sus cuatro últimos capítulos, que forman ahora parte de los cuatro capítulos de las peripecias vividas en la extensión "Finisterre - Santiago"


PRIMERA ETAPA
17,5K - Acumulado 17,5k
FINISTERRE, ACCIDENTADO E INESPERADO GIRO DE GUIÓN

 

A las ocho y poco estaba ya en el meeting point de espera del bus, con lo que tenía tiempo para desayunar… y lo he hecho en abundancia, cosa que agradecería luego. Había pensado en dejar la mochila en el hotel y pasar a recogerla al regresar de la excursión (la idea era buscar un hotel o pensión mas barato para los próximos días). No me preguntéis porqué, pero no lo he hecho: mi mochila se ha venido conmigo de excursión.

Hemos hecho una primera parada en Muros, y una segunda para ver una cascada.

Cuando ya nos encaminábamos a Finisterre, algo “ha empezado a fraguarse”, algo me ha ido empujando. He ido observando el recorrido que íbamos haciendo, imaginándomelo en sentido contrario… Le he hecho un par de preguntas a Christian, el guía, y otras a Suso, el chófer… y después de pensarlo -poco, esa es la verdad- le he dicho a Christian:


- Yo no volveré a subir al bus al marchar de Finisterre: volveré caminando a Santiago.


Y tal cual.

No quiero achacarle lo ocurrido al 13 con el que cargaba la bendita etapa. Suerte que mi gente leerá esto cuando ya habrán pasado los suficientes días para quitarle hierro al asunto, al dantesco asunto que ha acontecido en el inicio de mi inesperado regreso caminando a Santiago.


He salido como un bólido de Finisterre. Como Investido de Chenoa en la primera edición de Operación Triunfo (por aquello del “…cuando tu vas, yo vengo de ahi…”). Y es que lo “normal” es llegar a Santiago, seguir hasta Finisterre y volver con algún transporte mecánico, ya sea bus, taxi, furgonetas alquiladas para bicis… Pues yo parecía cantarles lo mismo a los grupos de peregrinos que iban llegando mientras yo ya me iba. La frialdad de la entrada en Obradoiro de ayer ha sido contrarrestada, y de qué manera, por el cocktail de emociones sentidas en este fin del mundo. Ni siquiera el tener que hacer cola, cual si de una pescadería se tratara, para poder hacerte la foto junto al pilón del km 0 le ha quitado absolutamente nada de magia al momento. He disfrutado de cada segundo vivido en este lugar único.

Y Chenoa ha arrancado a caminar tarde, pasada la una del mediodía. Creo que era el kilómetro 6, en Escaselas, donde he parado a comerme una deliciosa lubina.

Nada más salir, ha empezado a chispear… las chispas han ido aumentando y el calabobos ha pasado a ser un “Txabi, para, que esto va en serio”.

He aprovechado una marquesina de parada de bus para ponerme la capelina. Y he intentado,  desesperada e infructuosamente, poder hacerla bajar por la espalda, ya que, como siempre, se quedaba atascada en la parte alta de la mochila. He salido a la cuneta, ya bajo una intensa lluvia, haciendo auto-stop para que alguien me ayudara a desatascarla. Casi 10 minutos de infructuoso éxito hasta que al fin una chica se ha apiadado de mi, ha parado y me ha colocado bien la capelina. Para entonces, la lluvia ya había comenzado a hacer estragos.

Caminaba a buen ritmo a pesar de todo. La dificultad añadida estribaba en que había que entender las señales al revés, pues están dispuestas en dirección hacia Finisterre, no hacia Santiago (y no todas).

El kilómetro 6 me dio una especie de aperitivo de lo que me iba a caer encima en esta lluviosa tarde: una empinada rampa pedregosa, de aquellas que provocan que tus cuádriceps, doloridos por el esfuerzo, te digan aquello de: ¿..por qué me haces esto?. 

Una vez superada la rampa, y al llegar a una bifurcación confusa de señales, un lugareño me ha advertido de que no todo el 100% de las señales eran “reversibles”; que me fijara en las altruistas señales amarillas (flecha y las iniciales SC) que alguien había ido pintando para aquellos -pocos- que hacíamos el trayecto a la inversa, desde Finisterre hacia Santiago. Y así lo he empezado a hacer hasta el km 9.

En este km 9 se ha señalizado el desvío… pero una vez en él no había indicación alguna sobre a qué camino de los dos de la bifurcación que se presentaba a continuación. He ido para adelante y para atrás un par o tres de veces por cada una, pero no he visto ninguna indicación por ningún lado. Así que, bajo la lluvia, y no habiendo nadie a quien preguntar en ese paraje, me la ha jugado: una vía se encaminaba hacia el monte, y la otra hacia una especie de carretera secundaria. La lluvia no tan solo no cesaba, sino que iba in crescendo; la niebla se unía a la fiesta… y he optado por no meterme en el monte.

No hay más que ver el perfil de la etapa para intentar comprender lo que se me ha venido encima…


Y lo que se me ha venido encima ha sido un incesante carrusel de vertiginosas y empinadas cuestas, una tras otra, con ligeros falsos y cortos llanos entre ellas. Al poco me he dado cuenta de que esa carreterita secundaria iba en paralelo a la autopista por la que por la mañana habíamos ido a Finisterre. Y, al ser autopista, una reja metálica infranqueable nos separaba a mi de la autopista. La lluvia le estaba cogiendo gustito a la fiesta y ha decidido darlo el todo por el todo. Para entonces, mi capelina ya no servia de nada. Y no tenía ni idea de a dónde iba, ni cuánto faltaba para llegar no sabía dónde… mientras las vertiginosas cuestas iban sucediéndose. 

He aprovechado un puente para cambiar al otro lado, siguiendo sin poder evitar la valla metálica. He visto un desvío, por el que he empezado a caminar… pero que ya he visto que me alejaba en sentido contrario; así que he dado media vuelta y he regresado al lado del que venía.

A todo esto, lo que añadía más preocupación eran mis pies. Y es que, como no iba a andar, porque era una excursión en bus, por la mañana no me había aplicado la vaselina; y ya llevaba más de 12k con las zapas chorreando de agua.

Para colmo, mientras yo me enfrentaba a las empinadas cuestas, la autopista por la que iba en paralelo avanzaba en una suave pero constante cuestecita o incluso planeaba. Así que mi objetivo number one ha sido el de franquear la valla y circular por el margen suave de la autopista. Y no solo por las cuestas. Estaba anocheciendo a marchas forzadas, llovía en plan diluvio y a la derecha tenía la valla… pero a la izquierda tenía un frondoso bosque. Y el ver en muchos puntos del recorrido trozos de la valla dañados (que no perforados) me abrió los ojos: jabalíes; esas vallas dañadas lo habían provocado jabalíes de noche chocando contra ellas, o embistiendo expresamente contra ellas.

Momento pánico; y por los alrededores no se adivinaba la presencia de nadie; y la lluvia y la niebla no ayudaban precisamente a calmar el ambiente. Me he encontrado un largo y firme bastón, tipo peregrino, pero muy bien afilado en una de las puntas. Momento pánico-dos. Si alguien se confeccionó semejante artilugio por algo sería. Lo he cogido y llevado conmigo, no sé con intención de qué. Y como decía aquella vieja canción: “… y llovía y llovía”.

Es en estos momentos cuando empiezas a creer que oyes ruidos sospechosos, ver donde no hay nada, a imaginarte embestidas… y a todo esto, las cuestas han seguido sucediéndose y yo, a pesar de todo, llevando un ritmo de marcha casi normal. Pero seguía imaginando, casi “viendo”, jabalíes corriendo hacia mí por todos lados.

Y mira tu por donde, llegando ya casi al final de la autopista (como he podido comprobar luego), he encontrado un lugar en el que alguien había forzado la valla y por el que yo al fin podría franquearla, aunque no sin dificultad y tratando de no hacerme ningún arañazo con la red metálica. 

“… y llovía y llovía”. 

He caminado unos 2 km por el margen de la autopista (con algún que otro bocinazo de algunos energúmenos que debían creer que yo estaba allí por gusto).

He ido avanzando luego ya por la carretera hasta la bifurcación de:

            “a CEE”   o    “a  CORCUBIÓN”

 y he acertado con el destino… pero no con la ruta (he dado un rodeo de aupa, y si no, ved el plano con ese triángulo innecesario).


Totalmente empapado, en CEE he localizado rápidamente un hotel… y una lavandería (donde más tarde he ido a lavar y secar toda la ropa, pues era un poema cómo ha quedado la mochila). Al subir a la habitación y quitarme la ropa ha sido como si me hubiera tirado a una piscina vestido: iba chorreando…

He cenado rápido y ligerito, he escrito esto y ahora mismito me voy a acostar. Mañana no pienso madrugar. Hoy han sido finalmente 17,5k (había planeado 20); mañana, los que salgan,  no pienso agobiarme con ello.

Espero no soñar demasiado con jabalíes. Porque, la verdad, los momentos pánico han sido acojonantes en su sentido más literal. 

Pero, ojo al dato: a pesar de todos los pesares, los 17,5k han caído en 3:42:08, lo que quiere decir que pese a la lluvia, las cuestas… y los jabalíes, el ritmo medio ha sido de unos excelentes 12:41 el kilómetros. 










  .... y más!.