Cuentan que en la antigua e imperial Roma, montado en la cuadriga del César o en la de un triunfador general, había siempre un esclavo con él. Y ese esclavo tenía dos únicas funciones:
-una, aguantar sobre sus cabezas la victoriosa corona de laurel...
-y dos, repetirles una y otra vez:
"Recuerda que sólo eres un hombre"
para que no se vinieran muy arriba y no se les fuera la olla pensando que eran lo más de lo más.