Se me hace muy
difícil, pero que muy difícil, el poder llegar a ser objetivo, neutro,
distante, frío, ecuánime, imparcial, justo, a la hora de calificar la novela
muy, muy personal, de mi hija Marta...
NO
PUEDES
ESTAR
El Diccionario de la Lengua Española, en su edición número 23, del año 2014, y actualizada en 2020, contiene unas 93.000 entradas. Dejando atrás las largas, tediosas y bizantinas discusiones sobre si están todas, sobre si faltan, sobre si no se cuentan las que agrupan… son 93.000 posibles opciones las que tengo para valorarla.
La mayor dificultad
estriba, ante todo, en que soy el padre de la escritora, lo que pone muy a
larga distancia el término objetividad, por ejemplo; y por poner sólo uno de
ellos.
En segundo lugar porque parte de lo que se escribe/describe en la novela lo había vivido en directo en el mismo
momento de producirse, o de viva voz posterior por parte de la propia Marta.
Así que lo de distante, como que tampoco.
Conociendo la realidad (…o creyendo conocerla, leído lo que he leído) me ha sido complejo el navegar por las páginas del libro intentando separar, de entre todo lo que se narra, qué era realidad y qué lo que la autora había novelado. Incluso, en algunos pasajes, intentaba convencerme de que "...eso es
ficción", porque no quería creer, me negaba a aceptar, que aquello que estaba leyendo fuera cierto,
real, vivido en carne propia por Marta. Este aspecto, si eres un lector neutro,
objetivo, distante, no podrás calibrarlo.
93.000
posibilidades.
Escogeré tres de
ellas:
IMPACTANTE,
DURA
REVELADORA
ésta última, al no estar tú en mis zapatos, no la colocarías nunca entre las tres que hubieras elegido para describirla, si hubieras tenido que hacerlo. Y es que, aunque crees conocer a tus hijos, aunque apuestes por el no control controlado, sufres con y por ellos, te diviertes con ellos, les ves crecer, les ves sufrir a su manera, su rebeldía la achacas a la turbulencia de la adolescencia… y tomas un poco de distancia para que no se sientan maniatados, controlados, encorsetados, fiscalizados… y un día te das cuenta que no te has enterado de la misa la mitad. Y de nada te sirve el que, haciendo sincera introversión, te digas a ti mismo: “pero si yo mismo fui un auténtico desconocido para mis padres; no se enteraron de la misa la mitad; vamos, ni del canto de entrada”. Y no es que les ocultara nada, es que vivíamos en mundos diferentes, uno al lado de los otros, bajo el mismo techo.
Y yo, que siempre pensé y me confabulé diciéndome : “a mi no me va a ocurrir esto, no voy a permitirme que a mí me pase esto”....
... y empiezo a leer.
Padres, hijos… pero la
novela no va de esto, ni mucho menos (aunque yo “salga” dos veces … 😊 )
Naturaleza, paisajes salvajes... pero no es una novela "ecolo-travel".
De viajes, haberlos,
háylos; y apasionantes…pero no es una
novela de viajes.
El libro, en sí
mismo, es una pequeña joya, que empiezas a percibir con la sola visión de su
portada; con su casi artesanal maquetación; con su tamaño, como el de un pequeño
gorrión entre tus manos. Todo esto, sin haber leído todavía ni una sola
línea.
Y bien escrita
(esto casi ha sido lo único que para mí no ha sido una revelación).
Distintas tonalidades, reales, en el texto de la novela; éstas tres son ficticias... |
Me ha dolido, muy adentro, llegar a leer la última palabra de la novela, “semillas”, y girar la página y no encontrarme con nada más… Y yo quería más. Quería seguir recibiendo, aunque tardía y amargamente, todo este pequeño aluvión de revelaciones que las páginas de la novela me habían estado lanzando, escupiendo, sobre el rostro, y con alguna furtiva lágrima incontenible, resbalando por él, dejando un regusto salado, como el de embravecidas olas de mar en mitad de una tormenta que ni esperabas, ni habías previsto, ni imaginabas.
“…
cargan con nuestros dioses y nuestro idioma
con
nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por
eso nos parece que son de goma
y
que les bastan nuestros cuentos para dormir...
Nos
empeñamos en dirigir sus vidas,
sin
saber el oficio y sin vocación.
Les
vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con
la leche templada y en cada canción.
Y nada ni nadie puede impedir
que sufran,
que las agujas avancen en el
reloj,
que decidan por ellos,
que se equivoquen,
que crezcan
y que un día
nos digan
adiós...”
Joan Manuel Serrat
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